Después que el presidente Nicolás Maduro anunciara 30% de aumento en el salario mínimo,el equipo del portal de El Cooperante se dio a la tarea de contactar a compradores en diferentes supermercados del centro de Caracas, con el propósito de saber qué compran las personas con el aumento y si el nuevo sueldo atraería a los bachaqueros, con el fin que abandonen el oficio ilegal.
Bajando dos cuadras de la redacción, en un concurrido bulevar caraqueño, queda un Farmatodo, donde había una cola de cuadra y media con personas que esperaban comprar pañales. Como unos compradores más nos dispusimos hacer la larga cola, que daba tiempo para leer, discutir, escuchar música y llamar a los contactos: “Mira tengo pañales, Pampers de 24 para recién nacido, para tu chamo. Pero vino en 600, háblame para ver”.
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Al escuchar la conversación, oportuna para nosotros, nos acercamos al “negociador”; un hombre de unos 28 años, cabello corto con una estrella a un lado; tenía por lo menos seis anillos y cuatro collares, que eran notorios en su curtida franelilla. Rápidamente entablamos conversación, era más lo que él hablaba que lo que escuchaba, en su larga habladuría recogimos: “Y esto no es nada, ahorita vengo de Catia, me calé otra cola, pero compré papel y harina, ahí mínimo, mínimo, hago tres ‘lucas’. Si no es así no como, papá, tu sabes cómo es esa”.
Entre tantos cuentos de colas y golpizas, reveló: “En un mes bueno bueno, he hecho hasta 45 mil, pero ahora con ese poco de captahuellas hago hasta 38 mil mensuales relajado”. A la conversación se unió una señora quien mostró su interés de incrementar sus ingresos, pero como ya habíamos obtenido nuestra información la dejamos “negociando” como redondear esos 74,21 bolívares diarios que aumentó Maduro.
El bachaqueo viene desde adentro
En búsqueda de quien nos relatara su “trabajo” como bachaquero y si el nuevo aumento le serviría para cubrir la Canasta Básica Familiar que para agosto cerró en 78.611,65 bolívares, conseguimos dos contactos, que tienen la particularidad de trabajar en supermercados, uno en un abasto del Estado y el otro en un establecimiento público.
“Hola ¿cómo están?, cuénteme rápido que estoy cenando, y no digas mi nombre, ni donde trabajo, espero su seriedad”. Así, con franqueza y prontitud nos atajó la primera consultada. – Bien, cuéntanos tú ¿cómo haces para sacar la comida que bachaqueas? “Mira, no las robo. Yo las pago, pero todo regulado. Aquí hay complicidad con la seguridad, y uno que otro gerente; todos hacemos lo mismo, por eso todo el mundo quiere trabajar aquí. Es un negocio ¿me entiendes?”, confesó con la rapidez de su verbo la empleada del Abasto del Estado, quien nos dijo además que persiste el miedo que la descubran. Sin embargo, “por lo menos 25 mil mensuales hago, y eso porque también le doy comida a mi familia ¿me entiendes?” Sí. Le entendimos e inmediatamente hicimos el segundo contacto.
A pesar que ya estaba “hablado”, convencer a la segunda fuente que hablara no fue fácil. Había miedos. Pensó por un momento que éramos parte de la seguridad del abasto. Después, entre palabras precisas, nos dijo: “Bueno, aquí somos como una familia, un día saca uno, otro día saca otro. Lo que venga, si hay caraotas, que es a lo que más se le saca, mantequilla, papel, champú, harina pan; ya pollo no viene porque una vez iban a saquear; ese lo consigue mi hermano por otro lado; sacamos todo eso y lo revendemos. Mensual, sin ser avariciosos y volvernos locos hasta 20 mil hacemos”.
Para él, que por su voz era muy joven, trabajar en otro lugar “matándose por un sueldo mínimo” no resulta. Nos explicó que parte de su familia se beneficia de lo que “pueda sacar” del abasto y que solo puede “sobrevivir” con lo que revende. Tiene dos hijos pequeños “y si no hago así imagínate”.