En la urbanización Canto Bello, en San Juan de Lurigancho, hay un pedazo de Venezuela en un espacio de 300 metros cuadrados y dos pisos convertido en una embajada no oficial, pero siempre diplomática: sus puertas metálicas están abiertas las 24 horas del día para todo el que arribe del país llanero en busca de un mejor futuro.
Este albergue gratuito para venezolanos en Lima, se ha quedado corto para los casi 80 venezolanos que como pueden se acomodan en colchones de aire, por todas las áreas.
Es un hogar de paso, puesto que las familias se van cuando empiezan a estabilizarse y les dan la oportunidad a otros.
Fue abierto hace cerca de un año, cuando el empresario textil René Cobeña decidió refugiar por unas semanas a un primer grupo de familias. A medida que estos extranjeros encontraban trabajo y se despedían de su cuidador para reiniciar su vida en una vivienda propia, llegaban más ‘exiliados’ luego de un viaje de una semana.
“Si esto se sigue llenando, algunos deberán dormir a la intemperie. Necesitamos ayuda para estas familias. Cualquier espacio libre, un garaje, un piso o una terraza es útil para ayudar a estas personas. He tenido que dejar de pagar la universidad de mi hija para seguir abonando el alquiler de este lugar, pero la recompensa es ver cómo estas personas vuelven a nacer”, dice Cobeña.
Las condiciones son como las de cualquier hogar: todos deben apoyar con la limpieza, mantener el orden y respetar las políticas de convivencia. La estancia promedio de un extranjero refugiado ahí es de unos 20 días, mientras se adaptan a esta ciudad y consiguen un empleo que les permita independizarse. Luego de eso, todo es solidaridad y optimismo.
Redacción Maduradas con información de El Comercio
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