Las conversaciones entre representantes de Nicolás Maduro y el presidente interino Juan Guaidó, escenificadas en Oslo, Noruega, únicamente le sirvieron al régimen para gerenciar un engaño que quedó a mitad de camino: quiso mostrarse frente al mundo como una persona racional, dispuesta al diálogo.
Sin embargo, los delegados de Guaidó que se acercaron a la mesa propuesta por el país europeo fueron inflexibles en uno de los puntos que -sospechaban- la dictadura no aceptaría: la salida del Palacio de Miraflores de Maduro, reseña un artículo de Laureano Pérez para Infobae.
Como repite una y otra vez Guaidó, no hay salida electoral posible si el chavismo continúa con el control formal del gobierno. Por más que se ofrezcan como auditores las Naciones Unidas (ONU) o el Vaticano, el sufragio estaría viciado de sospechas. La salida del dictador es imprescindible para el rearmado de las estructuras democráticas del país.
Pero ante la encerrona oficial, las conversaciones llegaron a un punto muerto. La mesa se disolvió. ¿Por ahora? La diplomacia noruega es optimista en que vuelvan a sentarse los enviados de ambas partes. A pesar de esos deseos no habrá avances si la primera condición no es revisada y aceptada en Caracas… y en La Habana.
Maduro fue drástico y terminante al llamar «golpistas» a quienes buscan su salida de la sede gubernamental para comenzar a diagramar nuevos pasos en busca de la democratización de la nación.
Antes de su retorno a la capital, dos de los delegados del presidente encargado hicieron una escala eclesiástica: el jueves visitaron San Pedro. Stalin González, vicepresidente segundo de la Asamblea Nacional y Fernando Martínez Mottola fueron recibidos por el cardenal Pietro Parolin, secretario de Estado del Vaticano, quien había llevado adelante el frustrado diálogo de 2016 y al que Diosdado Cabello fustigó por una carta en la que el funcionario de la Iglesia pedía «elecciones libres». También es quien recibió en la amurallada ciudad ocho días atrás a Elliot Abrams, el diplomático de los Estados Unidos que monitorea la crisis en la nación latinoamericana. Algo está gestándose en el corazón de Roma.
En tanto, la oposición comienza a agitar nuevamente el temido fantasma que asusta por igual a Miraflores y sus aliados. El pedido por parte de la Asamblea Nacional de la urgente implementación del artículo 187 de la Constitución de Venezuela. En su inciso 11 el mismo señala que corresponde a ese órgano «autorizar el empleo de misiones militares venezolanas en el exterior o extranjeras en el país«.
Por ahora, el chavismo no cuenta con los votos para repeler esa embestida. En este ámbito, corre contra reloj y se preocupa por acelerar los tiempos. En principio, secuestra y encierra a diputados para debilitar esa posibilidad ante el parlamento. El cinismo es absoluto: ejecuta las detenciones ilegales mientras pretende mostrarse dialogante en Noruega. Pero no sólo eso. Maduro también azuzó con una nueva elección para renovar las bancas que le resultan rebeldes. Primará otra vez el fraude. Sería el final para el último eslabón con legitimidad democrática en el país.
En los últimos días, el régimen de Maduro expuso que está dispuesto a todo. Lejos de suavizar su narrativa e intentar pacificar el territorio, exhibió con pompa nuevo armamento. Algunos tan estrafalarios como amenazantes; otros un poco más sofisticados, fabricados y vendidos por Rusia, uno de sus pocos aliados.
Entre los jerarcas venezolanos y sus testaferros hay preocupación. Sobre todo de aquellos que no abandonaron al bando gobernante cuando estuvieron a tiempo. Son funcionarios de primera línea, pero sobre todo militares y empresarios.
Esta semana podría haber novedades desde los Estados Unidos. El por ahora ministro para la Defensa, general Vladimir Padrino López y el presidente del Tribunal Supremo de Justicia, Maikel José Moreno Pérez quizás no estén durmiendo de corrido.
Redacción Maduradas con información de Infobae.
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