POCAS COSAS EN COMÚN: Hugo Chávez Frías y yo tuvimos pocas cosas en común, una de ellas fue el reconocimiento de Diosdado Cabello como una de las más pérfidas y descaradas fuentes de corrupción del chavismo. En eso pensamos exactamente lo mismo el sátrapa y yo. En sus últimos años de vida, Chávez lo repudió, arrinconó y humilló por corrupto. Para el sátrapa Diosdado era impresentable, una mancha regordeta y cínica que chupaba la poca sangre moral que le quedaba a la revolución. Todos los caminos de la corrupción más descarada y burda conducían a Diosdado. Lo dijo Chávez (y Mario Silva), no yo.
Sin embargo, no puedo disimular que una de las cosas que más celebro de la mortal caída de Hugo Chávez es el advenimiento de Diosdado como figura central del circo. No tengo duda: la torpeza política de Cabello, su corrupción a toda prueba y su celulítico cinismo son tan burdos como ostentosos. En Diosdado cabe aquella mención popular que sintetiza: no tiene un gramo de grasa en su cuerpo que no vocifere su perfidia. Ni uno, y son muchísimos los gramos de grasa que tiene de más.
Mis lectores se preguntarán: ¿qué le picó ahora al poeta de la C.I.A. (es decir, a mí) que saca a colación otra vez al cavernícola de la revolución, Diosdado Cabello? ¿Qué pasó?
Me explico.
LA LADILLA DE DIOSDADO
Aunque suene cursi consciente de que lo es, lo cual poco importa develo una flaqueza personal: soy un romántico, un empedernido romántico de este siglo. Amo las artes y la poesía, deliro por la música, me tumbo en la orilla del mar para soñar un mundo más humano y libre, idealizo repúblicas aéreas, imagino una civilización sin guerras ni pobreza y, de vez en cuando ante la cruel realidad, me emborracho en los bares escuchando y cantando rancheras (sí, me encantan las fiestas mexicanas).
Fue en ese orden de romanticismos, como padre, que siempre tuve la curiosa idea de ser el “primer amor” que llevase a mi bellísima hija Alexia a Venecia cuando cumpliera sus primeros dieciocho años de vida. Ya se imaginarán: beberme un vino junto a mi “niña” en la plaza San Marcos; mostrarle la negrura imposible en los cuadros del Tintoretto en el Palazzo Ducale; caminar por el fatídico Puente de los Suspiros para hacerle sentir el terror que experimenta un preso político cuando es conducido a su celda; escuchar el Adagio de Albinoni o el Stabat Mater del veneciano Vivaldi en la Chiesa di San Vidal; liberarme de rabias y suspirar junto a mi lúcida poetisa Alexia escribe hermoso frente a los atardeceres y lunas de esta ciudad de agua.
Así fue que lo hice hace pocos días, me llevé a Alexia a Venecia y cuando todo iba de ensueño, tal cual lo había imaginado desde siempre, mi celular comenzó a aturdir mi romántica y paternal paz.
Lo sé, no tienen por qué recordármelo: ¿a quién carajo se le ocurre visitar Venecia con un celular en la mano? Pues a mí. Craso error.
La información por todas las vías era la misma: Diosdado está hablando otra vez en su programa de televisión sobre ti y de tu conspirativa visita a Venecia. Dice que un “patriota cooperante” te vio por Madrid, Roma, París y Venecia conspirando contra la revolución.
Pese a que conozco lo demencial que puede ser la dictadura con su disparatada creatividad insurreccional, confieso que al principio no di crédito: ¿conspiración en Venecia? ¡Coño, esto sí que es furiosamente lunático, no puede ser! ¿En serio?
No tarde mucho en percatarme, abrí el enlace que me enviaron desde Caracas y pude comprobarlo. Otra vez Diosdado me acusaba de conspirador, qué ladilla…
¿PARECE O ES?
Soy de los espíritus que piensa que las personas asumen morfología animal o artrópoda (de insecto) según sea su personalidad y carácter. Cuando pensé en la ladilla que suponía este nuevo e insolente capítulo de mi vida conspirativa según el disparatado surrealismo madurista, no logré dimensionar en el momento la claridad de mi pensamiento: Diosdado no parecía una ladilla, era una ladilla.
Sí: redondo, achatado, invertebrado y amarillento, Diosdado con sus imbéciles acusaciones no muerde, pica y fastidia como una ladilla, produce comezón, nada más.
(Abro un paréntesis a mis editores que justifica la analogía. No puede ser que ese irresponsable diga lo que le viene en gana sobre mí sin ninguna prueba, sin ningún sustento coherente y yo no pueda responderle, literariamente, a mi modo. Además, uso un venezolanismo casual, tan típico, tan nuestro, que nadie debe ni puede ofenderse, así somos. Ellos chillan que soy un peligroso conspirador, yo respondo que ellos son una ladilla.)
Nunca he profesado, como señalé antes, ningún respeto por Diosdado Cabello. Insisto, igual que Hugo Chávez, siempre lo he desdeñado por corrupto y bruto. Pero con esta astronómica pendejada de verdad que se pasó. ¿Conspirar en Venecia? Carajo, si no soy Johnny Deep ni James Bond, ¿de qué coño habla?
El retaco tenientillo pasó de ser un burdo cavernícola perseguidor de la disidencia moral opositora a ser una ladilla que se escabulle y pica por nuestro vello púbico para chupar sangre y producir comezón.
Da vergüenza hasta rascarse (disculpen la procacidad, pero es la verdad), pero no tenemos otro remedio, ya es mucho el prurito.
EL CONSPIRADOR HEDONISTA
Aferrados en hacer de mí un mito, Diosdado y Rodríguez Torres se empeñan en convertirme en un objeto del deseo político venezolano. Según ellos soy un conspirador hedonista: conspiro en “fiestas mexicanas”; me rebelo en París y Venecia; y golpeo “suave, muy suave” a la revolución.
Sí, soy un poético peligro, una ardiente amenaza para la paz mundial, mi poemario erótico “Piel Negada” me incrimina, es la prueba infalible de mi delito sensual. En este irreductible absurdo madurista una “alerta roja, muy roja” de Interpol no estaría de más: en un país desgarrado y herido como Venezuela, se me busca por inspirar y desestabilizar con placer verbal.
La pregunta saca chispas en la atónita audiencia, incluso entre los chavistas: ¿quién no desearía conspirar con un personaje así?
Sugiero que manden a una “patriota cooperante” a apresarme. Sería una detención lúdica, gustosa, arrebatadoramente romántica y táctil.
Lo garantizo.
POSTDATA ACLARATORIA Y ÚLTIMA RASCADITA
Debo aclarar con vergüenza a los que realmente están luchando por la libertad en Venezuela, a los que están dando la cara por la democracia y la justicia en nuestro país, que no entiendo, no tengo idea de dónde proviene tanta imbecilidad madurista sobre mí. No sé qué clase de emoción inspiro en Diosdado o Rodríguez Torres, no logro comprender tanta fijación, tanta ladilla: fastidian, pican, lo que nos queda es rascarnos, nada más.
Mi respuesta única a tanta pendejada que dice el madurismo sobre mí es que desde donde sea soñaré y escribiré en libertad.
Y seguiré…
Por: Gustavo Tovar Arroyo / @tovarr