El primer año de Nicolás Maduro en materia de política exterior, trae a la memoria la obra Relato de un Náufrago del inmortal Gabriel García Márquez: “En todo momento traté de defenderme. Siempre encontré un recurso para sobrevivir, un punto de apoyo, por insignificante que fuera, para seguir esperando”.
Tras el naufragio que supuso la muerte de Chávez y el agotamiento del modelo económico socialista, la política exterior de Maduro ha estado conformada por acciones erráticas, de quien se aferra a una balsa a la deriva, defendiéndose día a día de los peligros del mar abierto y los trucos que juega la soledad –entre ellos la evasión hacia tiempos pretéritos-, teniendo como único objetivo sobrevivir.
A efecto de análisis, podemos dividirla en tres etapas que corresponden a las crisis políticas que ha encarado desde que le fue impuesta la banda tricolor y sintió todo el peso de la desolación sobre sus hombros.
La primera etapa se extiende desde su asistencia a la Cumbre Extraordinaria de UNASUR celebrada en Lima el 18 de abril de 2013 –horas antes de su juramentación- para discutir la tensión política posterior a las elecciones del 14-A, hasta la Cumbre del MERCOSUR celebrada en Montevideo el 12 de julio de 2013 –donde asumió la presidencia del bloque a pesar de las objeciones de Paraguay-; caracterizada por un gran activismo para lograr reconocimiento y legitimidad, así como desactivar cualquier apoyo a las denuncias de fraude de la oposición. Aquí destacan la reunión Jaua-Kerry al margen de la 43° Asamblea General de la OEA en Antigua (Guatemala) y la audiencia de Maduro con el Papa Francisco, ambas en junio de 2013.
La segunda etapa podemos identificarla desde la Cumbre Binacional con Juan Manuel Santos en Puerto Ayacucho el 22 de julio de 2013 hasta su asistencia a la II Cumbre de la CELAC celebrada en La Habana el 28 y 29 de enero de 2014, caracterizada por el retraimiento y la reivindicación del legado de Chávez –que llevó a una crisis diplomática con EEUU tras la expulsión de la Encargada de Negocios, Kelly Keiderling-, debido a su necesidad de ganar las elecciones municipales del 8-D convertidas en plebiscito por la oposición.
Tras salir airoso, Maduro convocó la II Cumbre ALBA-PETROCARIBE en Caracas el 7 de diciembre de 2013, con el propósito de renovar sus alianzas regionales, impulsar una zona económica integrada al MERCOSUR, e intentar llenar así de cierto contenido a una presidencia pro-témpore venezolana que ha sido absolutamente grisácea –incluso no ha podido celebrarse la cumbre semestral. Asimismo, realizó su tercer viaje a Cuba el 21 de diciembre de 2013, con el propósito de conmemorar el 9° aniversario de la ALBA. En enero, volvió a La Habana para participar en la II Cumbre de la CELAC como mecanismo de concertación política regional. Dicha cita supuso un éxito para la diplomacia cubana, mientras Maduro tuvo una participación anodina, más allá de aceptar un homenaje a Chávez y asumir como bandera la descolonización de Puerto Rico -a pesar de los resultados del referéndum consultivo boricua del 6 de noviembre 2012 que fueron ampliamente favorables a la anexión a EEUU (61,1%). Así, desaprovechaba una vez más, la oportunidad de promover temas de interés nacional como el reclamo del Esequibo y la defensa de nuestra Fachada Atlántica.
Fueron días sosegados que le permitían soñar con relanzar la política exterior de Chávez; una de esas alucinaciones que padecen los náufragos cuando el mar les da tregua: “No sé cuánto tiempo estuve así, embotado, con la alucinación de la fiesta (…) Sólo sé que de pronto di un salto (…) Entonces vi, a unos metros de la balsa, una enorme tortuga amarilla con una cabeza atigrada (…) me preparé para la lucha, con ese monstruo o con cualquier otro que tratara de voltear la balsa”.
Finalmente, la tercera etapa estuvo marcada por la diplomacia defensiva frente a la ola de protestas que ha sacudido Venezuela desde febrero de 2014, la cual despertó a Maduro del espejismo festivo -como lo hizo la tortuga gigante con el personaje de García Márquez-. La retórica diplomática venezolana convirtió dichas protestas en un “golpe de Estado suave” llevado a cabo por “grupos fascistas” instigados por el “imperialismo norteamericano”. Desde el sesgo ideológico, poco importa la inconformidad con el deterioro de la situación país, así como tampoco el terrible saldo represivo: 41 víctimas, cientos de heridos y miles de detenciones.
Para imponer su tesis, Maduro paralizó la OEA –evitando la activación de la Carta Democrática Interamericana-, invisibilizó la CELAC y dejó UNASUR como única opción a la cual recurrir a conveniencia. Para ello, llevó al límite su sistema de alianzas PETROCARIBE-ALBA-MERCOSUR y entró en nuevos conflicto diplomáticos con EEUU y Panamá. Además, logró obtener un conjunto de declaraciones de organismos regionales que favorecieron sus argumentos e hicieron vagos llamados al diálogo –sendos comunicados UNASUR/MERCOSUR del 16 de febrero de 2014, el comunicado CELAC del 18 de febrero de 2014 e incluso la Declaración 51(1957/14) de la OEA del 7 de marzo de 2014, entre otros.
No obstante, la continuidad de las protestas y las denuncias de los excesos represivos, empezaron a generar una actitud más crítica en la región –incluso de conspicuos aliados como Brasil-, lo cual desembocó en una Reunión de Cancilleres de la UNASUR en Santiago de Chile el pasado 12 de marzo, en lugar de la cumbre presidencial que deseaba Maduro. Esto terminó desembocando en dos visitas de una Comisión de Cancilleres de la UNASUR -26 de marzo y 7 de abril-, que gracias al esfuerzo y creatividad diplomática lograron allanar el camino para el diálogo entre Maduro y la oposición aglutinada en la MUD, con los cancilleres de Brasil, Colombia, Ecuador y el Nuncio Apostólico como testigos de buena fe. Dicho diálogo arrancó de forma prometedora, pero lamentablemente -tres semanas después- no se han producido gestos concretos que lo hagan creíble. EEUU se ha mantenido silente, aunque ya ha asomado que presiona tras bambalinas, y su disposición a imponer sanciones de no alcanzarse resultados.
Hay quienes temen que el diálogo sea una estratagema de Maduro para dividir la oposición, apaciguar la calle y legitimarse a nivel externo: una reedición de la Mesa de Negociación y Acuerdos de 2002-2003. No obstante, esto implicaría una nueva alucinación, que obviaría las diferencias de ambas situaciones, y entre ellas, la falta de carisma de Maduro y el agotamiento del modelo económico. En consecuencia, toda playa que no implique una rectificación como la recomendada por el Ex-Presidente Lula, constituye una nueva y costosa trampa de los sentidos: “Ya me sentía sin fuerzas y, sin embargo, aún no veía la tierra. Entonces volvió a invadirme el terror: acaso, ciertamente, la tierra había sido otra alucinación (…) Ya había nadado mucho. Era imposible regresar en busca de la balsa”.
Kenneth Ramírez / RunRunes.