Pasada las 9 de la mañana, Pablo y tres amigos venezolanos llegan al Centro Comercial Carlos III, en el corazón de La Habana, con el objetivo de recaudar cientos de dólares en efectivo. El acuerdo es simple y favorece a los dos bandos. Los cubanos que hacen sus compran en moneda dura con gravámenes del 450%, se ahorran hasta un 25% de pesos convertibles.
Los venezolanos que viajan al extranjero, reciben una tarjeta de crédito por parte del enrevesado mecanismo de cambio de divisas creado por el chavismo para usar en sus compras en el exterior. Pablo, un mulato fornido de Maracaibo, explica el modus operandi.
“No hay truco y todos salimos ganando. Te cuento. Solemos ir a los grandes centros comerciales, especialmente las tiendas que venden electrodomésticos o materiales de construcción”.
Las mejores transacciones son aquéllas que involucran 2.000 o 3.000 pesos convertibles. Por ejemplo, un cliente viene a comprar una nevera que cuesta 900 cuc, yo le propongo una rebaja del 15%. Y como a los cubanos les encanta regatear, nos ponemos de acuerdo por un 20 hasta por 25% de descuento, que es mi tope.
Después de adquirir la nevera con mi tarjeta, el cliente me da el dinero en pesos convertibles, y posteriormente yo con un cambista en el mercado negro adquiero dólares a 93 o 94 centavos de cuc por cada dólar”, apuntó. Ese trueque se conoce como ‘raspar la tarjeta’.
Cientos de venezolanos pululan por los comercios en moneda dura de La Habana, Varadero y ciudades del interior, a la caza de dólares. No importa su afiliación política. Los detractores del chavismo prefieren raspar la tarjeta en Aruba, Colombia o Miami.
En La Habana suelen aterrizar los seguidores del toldo rojo. Como Deborah, una caraqueña que viaja a Cuba hasta cuatro veces al año por asuntos laborales, y aprovecha el tiempo libre para hacer transacciones comerciales ilegales según las leyes cubanas.
“Trabajo en una dependencia de PDVSA. Conozco La Habana como la palma de mi mano. Hago algo de plata traficando con ‘pacotillas’ encargadas por clientes cubanos. También compro dólares en efectivo y medicinas en la red de farmacias públicas, que luego revendo en Venezuela”, señaló.
El ‘corralito’ diseñado por los líderes del PSUV al dólar estadounidense y la inflación espantosa de hasta un 60%, ha provocado que los venezolanos opten por desplegar diversas estratagemas para adquirir la “moneda gringa”. No importa si es una persona de clase media o de los cerros duros de Caracas.
El socialismo autoritario de corte marxista engendra todo tipo de trapicheos, inducidos por la penuria. Da igual si se trata de un coreano del norte con su sellito de Kim Il-Sung en la solapa o un comunista cubano que viste una pulcra guayabera blanca, los anaqueles vacíos en sus países, los lleva a practicar el “peseteo” como segundo oficio. En Cuba es un fenómeno imparable.
A pesar de leyes rigurosas que prometen muchos años tras las rejas, funcionarios del Gobierno, burócratas y simples ciudadanos trasiegan con mercaderías deficitarias.
Desde combustible hasta un cartón de huevos. En los años 70, los asesores soviéticos, norcoreanos o de Alemania Oriental convirtieron el emblemático edificio FOCSA, en La Habana, Vedado, en un bazar de ropa y comida chatarra. Los exiliados chilenos residentes en la capital también le compraban “pacotilla” barata a los cubanos en tiendas por divisas, que entonces eran exclusivas para extranjeros. Ganaban un dólar por cada dólar gastado.
Ahora, en pleno tercer milenio, los venezolanos viajan a Cuba a practicar el agiotaje en su estado puro. La escasez y los rigores del socialismo del siglo 21 en Venezuela los han empujado al mercado negro y a ponerse una careta. ¡Viva Maduro!, gritan enardecidos en un acto público por la noche y a la mañana siguiente se dedican a “raspar” su tarjeta bolivariana en un centro comercial habanero.
Fuente: Diario Las Américas