La selva del Darién, el tramo de bosque tropical que separa a Colombia y Panamá, se ha convertido en el paso obligado para miles de migrantes irregulares que buscan llegar a Estados Unidos. Según datos del Servicio Nacional de Migración de Panamá, el flujo de extranjeros por esta zona se ha disparado en los últimos cuatro años, alcanzando cifras récord.
En 2020, 8.594 migrantes cruzaron la selva del Darién. En 2021, la cifra se multiplicó por 16, llegando a 133.726. En 2022, se duplicó, registrando 248.283. Y en 2023, se volvió a duplicar, cerrando con 520.085 migrantes que atravesaron la frontera.
La mayoría de los extranjeros que cruzaron esa selva en 2023 eran venezolanos, con 328.667 personas, seguidos por ecuatorianos, con 57.222, haitianos, con 46.558, y chinos, con 25.344. Entre ellos, había 120.000 menores de edad, quienes fueron expuestos a los riesgos y las dificultades de la ruta más peligrosa del continente.
La selva del Darién es una zona inhóspita, sin carreteras ni infraestructura, donde abundan los ríos, los pantanos, las montañas, las serpientes, los insectos y las enfermedades. Además, es un territorio controlado por bandas criminales, narcotraficantes y guerrilleros, que extorsionan, asaltan, violan y asesinan a los migrantes.
Los migrantes que logran cruzar el Darién se encuentran con campamentos improvisados en Panamá, donde reciben atención humanitaria de las autoridades y de organizaciones internacionales, como el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) y Médicos Sin Fronteras (MSF). Sin embargo, las condiciones son precarias y los recursos son insuficientes.
Los extranjeros que cruzan el Darién lo hacen impulsados por la crisis económica, política y social que afecta a sus países de origen, y por la esperanza de encontrar una vida mejor en Estados Unidos. Sin embargo, el camino es largo y difícil, y muchos no logran llegar a su destino.