El marinero nigeriano Harrison Okene quedó atrapado en una burbuja de aire dentro de un barco que se hundió en el mar y logró sobrevivir para contar su aterradora experiencia.
“Estaba ahí, en la oscuridad, y solo podía pensar que era el final. Podía percibir los cadáveres de mis otros colegas. Podía olerlos. Los peces habían entrado y se estaban comiendo sus cuerpos. Podía oír el sonido”.
Pasaron más de 60 horas antes de que Okene fuera rescatado, el barco estaba hundido a 30 metros por debajo de la superficie del mar, pero sobrevivió gracias a una burbuja de aire.
Esto ocurrió en mayo de 2013, cuando Okene tenía 29 años y trabajaba como cocinero en el AHT Jascon-4, un remolcador de buques tanque de petróleo de la multinacional Chevron en el Atlántico.
Eran las 4:30 de la madrugada cuando se despertó para ir al baño, salió del camarote y caminó hasta el baño y mientras estaba allí sintió un fuerte golpe antes de que el barco comenzara a darse vuelta, logró sostenerse del inodoro que terminó sobre él.
“Cuando salía del baño estaba todo totalmente oscuro y con otros colegas tratamos de buscar la salida a través de la escotilla de agua. Había tres tipos delante mío y de repente entró el agua con gran fuerza. Vi cómo se llevaba al primero, al segundo y al tercero. Sabía que estaban muertos”, contó posteriormente a Reuters.
Explicó que la ola lo empujó hasta el baño de los oficiales, allí se aferró a un lavatorio que le permitió mantener la cabeza fuera del agua, sintió otro sacudón, gritó pero nadie respondió, de esta forma supo que los otros 11 tripulantes del barco estaban muertos.
Tres de los tripulantes fueron arrastrados por las aguas, los demás murieron encartados en sus camarotes, tenían la costumbre de encerrarse como medida de seguridad ante los frecuentes secuestros de buques por tarde de piratas en la zona.
Okene solo llevaba puesto un calzoncillo, el agua era muy fría, así estuvo las primeras 24 horas hasta que decidió moverse hacia el camarote de uno de los oficiales con ayuda de un panel de madera, encontró una lata de refresco que al tomar alivió su sed y le aportó a su cuerpo azúcar para resistir el frío y la pérdida de energía.
“Estaba luchando por mantenerme con vida, preguntándome cuánto tiempo me duraría el aire. Pensaba en mi familia, en mi esposa, en qué le pasaría, cómo viviría después de mi muerte. También repasaba mi vida, una y otra vez”, reflexionó.
El segundo día escuchó ruidos como los golpes de los muebles del barco que flotaban dentro e incluso los peces que habían logrado entrar y comenzaban a comer los cadáveres de sus compañeros.
“Escuchaba mordidas de pescado. Nunca supe si eran tiburones o no, estaba tan oscuro. Los escuchaba morder y tenía miedo de que vinieran hacia donde yo estaba. Me moría de sueño, pero si me dormía podía ahogarme o ser comido por los peces”, recordó.
Cuando ya sumaba 60 horas sobreviviendo en aquella burbuja de aire, escuchó golpes, pensó que serían otros peces hasta que vio una luz atravesando la oscuridad en el agua: era la “antorcha marina” del buzo sudafricano Nico Van Heerden, de DCN, una compañía internacional de buceo que fue contratada por Chevron y West African Ventures para recuperar los cuerpos de la tripulación del remolcador hundido.
“Él no me vio, pero yo sí a él. Estiré el brazo y lo toqué. En ese momento yo estaba llorando, ya me había resignado a morir, estaba listo para irme, pero Dios escuchó mis oraciones”, dijo Okene sobre el momento de su rescate.
El buzo argentino Ivan Parvanoff, relató cómo su compañero encontró a Okene.
“Íbamos pensando lo peor. Llevábamos un día de navegación y se habló de encontrar víctimas fatales. Buscábamos cadáveres, no sobrevivientes. Por eso cuando Van Heerden sintió que una mano lo tocaba creyó había rozado la de un muerto, pero después sintió que esa mano se cerraba sobre su brazo y lo apretaba… Cuando me encontré con Van Heerden, después de que salió de la cámara hiperbárica, me confesó que iba mentalizado para lo peor… quedó tan impactado como todos, fue increíble”, dijo el buzo.
Encontrar a Okene con vida cuando solo iban a buscar cadáveres cambió la tarea de los rescatistas, no podían subirlo porque el cambio de presión podría causarle la muerte, por esta razón consiguieron una campana cerrada, una suerte de “burbuja” de acero que permitió mantener la misma presión que el cuerpo de Okene había tenido en la burbuja del remolcador hundido, lo metieron adentro para sacarlo a la superficie, y posteriormente fueron bajando lentamente la presión del interior hasta igualar la de la atmósfera.
Luego de otras 60 horas fue que Harrison Okene pudo ver de nuevo la luz del sol.
Redacción Maduradas con información de Infobae.
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