Natalia Restrepo es el nombre de una mujer de 32 años de edad que decidió romper su silencio para hacer una doble denuncia ante la Arquidiócesis de Medellín y la Fiscalía de Colombia, contra un sacerdote de la iglesia católica que abusó sexualmente de ella y tras quedar embarazada, la obligó a abortar cuando tenía 14 años de edad, en el año 2004.
«No he pasado buenas noches. No imaginé que todo esto sería tan difícil emocionalmente, que fuera a darme tanta angustia recordar y denunciar, pero no quería dejar pasar más años con esto en mi pecho», comentó Restrepo en un testimonio en primera persona publicado por BBC Mundo, donde comparte cómo fue su experiencia durante esos trágicos años y cómo nunca se inició una investigación en contra de su agresor.
Por el contrario, recientemente descubrió con sorpresa que el sacerdote continúa en ejercicio en una parroquia diferente a la que ella solía acudir de joven.
Al comenzar a relatar su historia, Natalia reveló que su infancia estuvo llena de carencia afectiva. Nunca tuvo una relación con su papá y aunque estaba constantemente en contacto con su mamá, nunca había vivido con ella pues su progenitora decidió mudarse a Estados Unidos, desde allí le enviaba dinero, se dedicó a rehacer su vida y formar una nueva familia.
Natalia comenta que su abuela fue su padre y su madre. Nunca le hizo falta nada material, gracias a la manutención que le enviaba su madre desde norteamérica, pero ante el gran vacío que le dejaron sus padres intentó encontrar refugio en la religión.
«Mi abuela me llevaba a misa los sábados y los domingos, y durante la semana, si se podía y pasábamos por el parque, también había que entrar a la iglesia. Es algo que ella sigue haciendo sagradamente hasta hoy», señaló Natalia.
Fue así como comenzó a pasar gran parte de sus días en la parroquia que está en la plaza principal de Envigado, en Antioquia. «Cuando era niña me gustaba ver a los niños y jóvenes que estaban en el altar ayudando al sacerdote durante la misa. Los admiraba con su túnica blanca y le decía a mi abuela que quería ser como ellos. Tan pronto cumplí 11 años, la edad mínima requerida, me inscribí en el curso para convertirme en monaguilla (o acólita, como le decimos en Colombia). Un año después me consagré y empecé a asistir a los sacerdotes de la parroquia», reseñó.
«Yo también hacía parte de los grupos de infancia misionera, así que pasaba muchas horas ahí», agregó.
Natalia conoció a su agresor cuando aún era seminarista, pues acudía siempre a la misa de los domingos y llamaba la atención por su personalidad carismática, alegre y por cómo animaba la eucaristía con sus cantos.
«Hacia 2002, se ordenó como sacerdote y lo asignaron a esa misma parroquia Santa Gertrudis. Fue el mismo año en que yo empecé a ser acólita, así que compartía bastante con él (…) Él me hacía sentir tenida en cuenta. Con el tiempo empecé a volverme su preferida. Lo acompañaba a misas fuera de la parroquia o alguna unción a un enfermo. Íbamos en su carro y al regreso siempre me dejaba en mi casa», contó.
Poco tiempo después, ocurrió la primera agresión contra Natalia. Después de pedirle que lo acompañara a una eucaristía en un barrio de clase alta de Medellín, el sacerdote la llevó a un restaurante al aire libre donde vendían carne asada.
«Estuvimos como una hora, comiendo y tomando algo. Luego nos subimos al carro, pero esta vez no me llevó a mi casa, sino a un motel, que todavía existe», relató Natalia. Al preguntarle por qué la llevó hasta allá, él contestó: «Para que nos sirvamos algo y que no nos vean, porque igual un sacerdote bebiendo es feo».
Hasta ese punto, Natalia aún estaba tranquila. Confiaba en el sacerdote y nunca le había hecho nada, además, era común que se tomara un trago. «Él bebió mucho, se pasó de copas y comenzó a tratar de quitarme la ropa. Yo no entendía bien qué estaba pasando. Me sentía confundida. Nunca había tenido clases de educación sexual y el sexo era un tabú con mi abuela», añadió.
El sacerdote comenzó a pedirle que lo dejara besarla. Ella le pidió parar, pero él no se detuvo. Natalia comenzó a sentir mucho miedo. «Comencé a golpear la puerta del garaje para que alguien me ayudara, pero él me decía que nadie me iba a escuchar, que la recepción estaba lejos de ahí. Lo que siguió es el recuerdo más asqueroso que tengo: se quitó su pantalón, su camisa, me tiró a la cama, me abrió las piernas y me penetró a la fuerza», expresó.
Al principio, Natalia no le comentó a nadie lo ocurrido por temor a que no le creyeran. A sus 14 años de edad, se cuestionaba quién le creería que un hombre tan respetado en Envigado le había hecho algo tan horrible.
Posteriormente hubo otro episodio de abuso, en esa ocasión, en la casa cural en la que vivía el padre en esa época. En otra oportunidad, la metió en un cuarto y se comenzó a masturbar mientras le pedía que mirara. Natalia piensa que quizá los abusos habrían continuado de no ser porque notó que no le venía la regla. Le contó a una amiga sin darle detalle y ésta le sugirió que se hiciera una prueba de embarazo, que resultó positiva.
Natalia decidió enfrentar al padre, quien reaccionó molesto y le exclamó que no le arruinaría su carrera sacerdotal, que apenas comenzaba. Ante su incertidumbre, el sacerdote le respondió que no se preocupara, que él lo solucionaría.
«Fuimos a una farmacia y en el mostrador vi cómo le pasó dinero al vendedor, que me entregó unas pastillas y me explicó cómo me las tenía que tomar. También me advirtió que me iba a dar un dolor fuerte. El padre me dijo que con eso me llegaría la regla. Nunca habló de un aborto«, sostuvo Natalia.
Ella ignoró las pastillas, por temor a lo que podría pasar, pero el sacerdote la llamaba para presionarla y manipularla. Finalmente las usó y comenzó a expulsar coágulos de sangre.
«Pasaron varios años hasta que me atreví a hacer la denuncia en la oficina de la Curia de la Arquidiócesis de Medellín. Me costó decidirme. Sabía que la Iglesia tiene mucho poder y que me enfrentaba a algo muy grande. Además, en ese tiempo me sentía culpable por haber abortado. Estaba confundida y pensaba que lo que había hecho era un pecado muy grave», continuó Natalia.
Una vez en la Arquidiócesis, fue atendida por un sacerdote que tomó nota en un libro a mano. Al terminar de relatar su caso, le dio una palmadita en el hombro y le dijo que tenía que perdonar, “que ellos son hombres y que también cometen errores”.
Natalia nunca fue contactada, no pasó nada.
El 30 de agosto de 2022 tomó la decisión de hacer la denuncia por segunda vez, tras preguntar qué había pasado con su primera queja y no obtener respuesta. La atendió el obispo auxiliar, monseñor José Mauricio Vélez García, quien después de escucharla dijo: «Es una denuncia demasiado grave. Hay que asumirla con toda la responsabilidad y el rigor».
Al preguntar sobre su primera denuncia, le respondió que hasta allá no llegaba porque había sido «en otra época, otra realidad».
Después de abortar, Natalia se alejó de la Iglesia e intentó continuar con su vida pero no lograba sentirse bien. En el año 2014, cuando tenía 24 años se mudó a Chile, donde conoció a quien fue su esposo y tuvo una hija. Fue para ese entonces cuando escuchó por primera vez sobre denuncias de pederastia contra sacerdotes católicos.
Fue en medio del gran escádalo que se produjo después de que varios hombres, siendo adultos, denunciaron a un sacerdote de apellido Karadima que los abusó cuando eran menores de edad.
«Eso me hizo reflexionar y pensar, por qué yo no puedo denunciar también si hay otras personas que lo han hecho después de años. Entendí que nunca era tarde y comencé a investigar. Encontré que el padre que me violó aún es sacerdote en ejercicio en otra parroquia de Antioquia. Ese fue el último impulso que necesitaba para emprender este viaje, volver a denunciar y contar mi caso públicamente», comentó.
La víctima piensa que el sacerdote que abusó de ella siendo menor de edad «no puede andar por la vida confesando, oficiando eucaristías y hablando de cosas bonitas, después de haber hecho algo tan grave«. Espera que no solo reciba una suspensión o un castigo temporal, sino que vaya a la cárcel por los delitos cometidos, razón por la que también puso la denuncia ante las autoridades de Colombia en septiembre de 2022.
«Natalia Restrepo recibió una respuesta oficial por parte de la Fiscalía -a la que BBC Mundo tuvo acceso- en la que le informaron que su caso había prescrito porque los hechos ocurrieron hace 18 años y que, por esa razón, no se daría curso a la investigación legal», señaló el medio británico.
«Imagino que no pasará nada. Los curas se cubren entre ellos. Cuando hay denuncias, a lo más los trasladan a casas de reposo donde supuestamente pagan condenas. O los mandan a pueblos pequeños donde nadie los conoce y siguen ejerciendo. Siento rabia e impotencia de pensar que en Envigado todo siga igual», concluyó Natalia.
Redacción Maduradas con información de BBC Mundo
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