Viajé a Miami por trabajo, una semana. A causa del desabastecimiento de boletos, me vi obligada a viajar en Santa Bárbara Airlines. Mi vuelo de regreso a Caracas estaba pautado para el sábado 1 de noviembre, a las 12 del mediodía. Llegué al aeropuerto, previniendo esas cosas de la venezolanidad, a las 7 am. Y en ese mismo momento recibí el palo de agua: el vuelo 1516 había sido cancelado sin aviso y sin protesto. Tal vez abordaría otro a las 9 de la noche, me dicen. Tal vez.
Pido explicaciones, pero no recibo ninguna.
Por esas cosas del azar, mi cuñado viaja también a Caracas, ese mismo día, en otro vuelo bárbaro, a las 10 y 30 de la mañana.
Así que solicité (como otros 50 pasajeros) me cambiaran al vuelo de la mañana para no tener que esperar 12 horas. Pero el supervisor oficial de la barbarie me dice que es imposible, pues ese vuelo mañanero está repleto.
Por esas cosas del azar, ocurre que mi cuñado me informa, desde el avión de las 10 y 30, precisamente lo contrario: el vuelo va vacío. Y hasta me manda fotos al celular.
Vuelvo a interpelar al supervisor. Le digo que el vuelo de las 10 y 30 tiene 200 puestos vacíos. Incluso, le muestro las fotos ilustrativas que he recibido en mi teléfono, vía chat familiar. Pero él solo me contesta: usted es una mentirosa.
Y allí, mi estómago no dio para más. Hice algunas fotos decidida desde ese momento a escribir una crónica de la barbarie.
Y el supervisor, además de insultarme, me amenaza: «Usted me quiere alborotar a los varados. Voy a llamar a la policía». Y le respondo: «No se demore, por favor. Llámela YA».
NOTICIAS DEL IMPERIO
Llegaron tres agentes de policía imperiales. Uniformaditos, pulcros, con su estampa netamente sajona. Les explico lo que ocurre, les muestro las fotografías, les comento sobre la gentileza del supervisor. Y de pronto, el bárbaro se va transformando en un niño asustado.
Los tres policías imperiales lo miran, lo escrutan. Me explican que ellos solo pueden garantizar el orden en el aeropuerto pero que les alegra saber que yo escribo, para que pueda difundir el abuso que ocurre al menos dos veces a la semana en esa línea aérea.
El supervisor mingón gime, ya es todo un crío; y me acusa ante la autoridad: «¡Ella nos está tomando fotos!» (Creo que va a llorar de la rabia).
Y uno de los policías le responde (mientras los otros dos se ríen): «So what?» «¿Y qué? Ella puede tomar las fotos que se le vengan en gana».
Desde luego, el representante de Santa Bárbara Airlines pasó por alto que la policía era imperial. Si hubiera sido bolivariana yo hubiera sido detenida y mi teléfono incautado.
Nunca entendí las ventajas de dejar partir un avión vacío y retener pasajeros frustrados e iracundos. Solo sé que a las 12 de la noche, cuando por fin abordamos un avión sustituto, el manager de operaciones de la propia línea se me acercó para susurrarme: «El vuelo matutino sí partió vacío. Usted tiene razón».
Con mis 12 horas libres me fui de paseo y compré desodorante, champú y hasta Harina Pan.
Vía SONIA CHOCRÓN / Tal Cual.