El primer año, solo entre vecinas, consiguieron 400 muñecos de todo tipo que ellas mismas limpiaron y restauraron antes de donar. Hoy son más de 40 voluntarios que se activan entre febrero y diciembre de cada año para dar regalos en días del niño, festejos y Navidad.
«Los peluches son un vehículo, es un valor puesto en físico (…) Es un peluche recuperado que trae la energía de otro niño y se completa el ciclo limpiándolo y dándolo a un nuevo niño. Ese es el valor de reciclar; lo que para ti no sirve, para otro puede ser muy valioso», explicó Lilian a Efe.
Con esa idea en mente, esta mujer convirtió su casa en un hospital y la donación de juguetes «con propósito» en el motivo que la mantiene aferrada a Venezuela y le permite compartir con otros la satisfacción de ayudar.
UNA CASA, UN HOSPITAL
Desde la entrada de la vivienda de Lilian hay cajas de juguetes. En un pasillo, los que están llegando y, en otro, los que están listos para salir a alguna de las 72 fundaciones en los 16 estados de Venezuela con los que el Hospital de Peluches tiene alianza.
Reciben pacientes de todas partes del país, de todo tipo. Una vez en casa, pasan a la sala de espera ubicada en la entrada y van avanzando a la sala de cirugía ubicada en el patio de la vivienda.
Allí, en varias mesas, las voluntarias, casi todas mujeres, se organizan por equipos que lavan, limpian, peinan, cosen, ponen ojos y narices, visten y hasta perfuman a los muñecos que luego siguen a «cuidados medios», donde les dan los toques finales y empaquetan para su salida.
En ocasiones, reciben ayuda de otras fundaciones que cuentan con lavadoras industriales y espacios de almacenaje, pero desde el Hospital de Peluches se dirigen todas las operaciones.
El espacio más especial del hospital es un cuarto en el que se guardan alrededor de 300 peluches donados, los pacientes más queridos que sirven para acompañar las jornadas y recordar a las voluntarias la importancia de la labor que hacen.
La organización es total y el trabajo es «agotador», pero el trabajo de las voluntarias se ve saldado cuando entregan los juguetes y ven «la alegría de los niños», tal como admitió Evelyn Vaisreg, una de las ayudantes.
«Estamos creando una mentalidad de solidaridad, de compañerismo, de compartir, que hace tanta falta en los niños», explicó a Efe Vaisreg.
«Aquí pasamos un rato agradable, estamos todas contentas. Acuérdate que es un trabajo voluntario; aquí todo el mundo viene porque le gusta, porque yo creo que de fondo hay un amor maternal», dijo la voluntaria.
Con ella coincide Lili Salama, una psicóloga que lleva cuatro años como ayudante en el hospital y que destaca la pluralidad y coexistencia que permite este espacio, en el que devuelven dignidad a los juguetes, para recordarle a cada niño lo que merece.
«Tenemos varios mensajes, pero creo que el más importante es que cada uno es digno, que cada persona tiene que ser tratada con respeto, que puedes dar alegría al otro», concluyó.
Redacción Maduradas con información de EFE
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