Eran tres maletas sangrantes. El líquido escarlata destilaba por los cierres y a través de la tela con la que estaba hecho el juego de equipaje estampado con rayas y cuadros rojos al estilo de kilt o falda de la que usan los escoceses.
Al lado del contenedor de basura, las maletas resaltaban como la guinda sobre la crema blanca del pastel. Como las moscas, y el tornado de zamuros en el cielo, un indigente atraído por el botín que pudiera encontrar dentro se apresuró a apoderarse de las maletas, reseñó el portal Confirmado.
Apartándose tras un cerro de basura de los muchos que hay en el botadero de basura de La Guásima del estado Carabobo, se dispuso a abrir los cierres. Al hacerlo, pegó un chillido desgarrador.
Desde dentro de la maleta que acababa de abrir, lo estaba mirando fijamente una cabeza humana cercenada, con los pelos revueltos y empegostados de sangre. Al indigente identificado como “El Guarura” casi le da un ataque al miocardio, y no pudo evitar orinarse los pantalones.
Su micción fue justificada. Entendiendo al pobre hombre, habría que ver que al encontrarse ante una cabeza y unas manos a su alrededor que parecían querer abrazarlo, “el más pintao se haría en los pantalones”. “Guarura” salió corriendo como un poseso y una pana de él notificó a las autoridades sobre lo sucedido.
Cuando llegaron al sitio los agentes para casos especiales del Cicpc, Carlos Salinas y Mario Pinto, avistaron a unos sospechosos que trataban de llevarse las maletas ensangrentadas. Al darles la voz de alto, los tipos respondieron a plomo limpio. Uno de ellos incluso lanzó una bomba lacrimógena a la comisión e intentó subir a un todoterreno que lo esperaba en uno de los accesos barrialosos de la entrada al botadero. Las balas silbaron sobre los agentes, quienes no pudieron evitar que los criminales salieran “esmachetados” del sitio.
Persecución vertiginosa
Mario Pinto estaba como pez en el agua. La persecución era lo de él, pero Carlos Salinas, más metódico y realista, sabía que aquella persecución no iba a terminar bien. Los tipos escapaban en una camioneta Prado de color blanco, mientras que ellos los seguían en un pesado Tiuna, más consignado para las guerras que para las carreras.
A lo largo de la carretera vieja Tocuyito–Valencia, los delincuentes arrojaron hasta dos granadas fragmentarias a los funcionarios que los perseguían. El sonido de las explosiones, a esa hora (6:00 de la tarde), rugía como ecos huecos que los habitantes de las invasiones Altos de Guataparo y de otras áreas sintieron como estertores de la muerte que andaba paseándose por ahí.
Los cauchos del Tiuna chirriaban contra el asfalto y la Prado parecía que iba a dejarlo muy lejos, pero no contaba el conductor de esta última con que el vehículo concebido para uso militar con su poderoso motor fuera tan ágil como el más veloz Hummer norteamericano.
Antes de llegar a una de las curvas de La Florida, Mario, quien conducía el Tiuna, le dio un toque a la camioneta Prado de los sospechosos y los sacó del camino. Los delincuentes quisieron salir corriendo de su vehículo, pero al verse rodeados por cañones de armas que apuntaban a sus humanidades, sonrieron tímidamente, soltando las armas y las maletas con los restos descuartizados de la víctima.
Un novio celoso “que cocinaba rico”
Tras ser sometidos y detenidos, los tres tipos de la camioneta Prado confesaron que ellos solo habían sido contratados para recuperar las tres maletas y que pese a que estaban manchadas de sangre, no sabían que contenían “ni les interesaba un co…”.
Tras ser llevados a la sede del Cicpc Carabobo, los sujetos dijeron que “un hombre gay” los había contratado para buscar las maletas y les había dado en efectivo 30 mil bolívares como la mitad de pago.
Al describir al sujeto, se obtuvo un retrato hablado y la revelación fue tan significativa porque el descrito era muy parecido a un famoso chef de un reconocido restaurante de Valencia. Los funcionarios fueron al sitio y en la cocina consiguieron al sujeto, dando órdenes desde su mesa como todo un general.
Un cuchillo Stainless Steel y un “rolo ‘e machete”
Al ser interrogado por los funcionarios, “Travel” (como le decían sus subordinados porque se la pasaba viajando de congreso en congreso) dijo muy ufanamente que lógicamente conocía a la víctima hecha picadillos en las maletas y que (como ya los agentes sabían por las huellas de las manos cercenadas) se llamaba Silvestre, su ayudante de cocina, pero que él no lo había matado.
Declaró que la mujer de Silvestre era la que lo había maleteado y que solo ella era la que tenía los motivos para asesinarlo, pues el difunto tenía un seguro de vida por algunos millones que beneficiaban directamente a su familia.
“Travel” explicó que él le había enseñado todo lo que sabía a Silvestre “y otras cosas más”. Pero que lo quería mucho y que nadie en esta tierra podría comprobar que él lo había matado, ¡y mucho menos picado en pedacitos! Travel tuvo que confesar que era homosexual y que, a escondidas, él y Silvestre tenían un “jujú raro”.
La investigación apuntó hacia Anabella, la esposa de Silvestre, pero no se halló nada. Ella parecía estar limpia. Pero… en el patio de su casa se consiguieron un cuchillo Stainless Steel y un “rolo ‘e machete” que las lámparas ultravioleta mostraron tenían restos de sangre. Estas armas estaban exactamente en el patio de Anabella, pero supuestamente ella no lo sabía.
Anabella juraba que no sabía qué hacía ese “machetote ahí” y menos el cuchillo. Y que, aunque era verdad que ella había “maleteado” a Silvestre, no lo había picado en pedacitos y mucho menos había metido su cadáver en esas maletas.
Era gay… pero no tanto
Lo que llamó poderosamente la atención de los investigadores fue que aparte del cadáver hecho picadillo, en las maletas también había disfraces de tigre, consoladores, látigos, máscaras de cuero y botas de cuero negro, así como esposas y otros implementos sexuales.
Era como si el asesino, emulando a los antiguos egipcios, hubiera metido a Silvestre todos los implementos de importancia pa’ que los siguiera usando en el más allá. Dadas estas características, se supo que “Travel” y Silvestre habían discutido dos días antes del deceso porque el chef exigía que éste dejara a su mujer y se fuera a vivir de lleno con él. Silvestre se había estado negando, pues según los escritos conseguidos en su computador, “era gay, pero no tanto”.
Ante su negativa, el psicótico chef lo invitó amablemente a cenar en su apartamento y cuando Silvestre estuvo noqueado por una droga que le suministró “Travel”, este último procedió a matarlo de una puñalada en el corazón y posteriormente a descuartizarlo como a una res.
Muy desequilibrado el tipo, metió los pedacitos de su novio–víctima en las mencionadas maletas y también algunos implementos sadomasoquistas que en vida quiso usar con él. Al tener el caso más claro que agua de manantial, los agentes del Cicpc fueron al restaurante y le pusieron los ganchos a “Travel” por la comisión de un homicidio pasional. Los empleados de la cocina, los meseros y los clientes no podían creer que aquel sujeto tan buena gente fuera gay, ¡y mucho menos que fuera un asesino!
El hecho fue que “Travel” mató a Silvestre porque éste no quería vivir tiempo completo con él y porque no le gustaba jugar los juegos íntimos que le exigía. Así, lo despellejó y le cortó todo, para que no fuera de nadie más, aunque, por una especie de morbosa compasión, le metió todos los juguetes sexuales en la maleta que no quiso compartir con él. Era una retorcida manera de decirle que los usara en el más allá, como lo hacían los antiguos egipcios con sus momias.
El caso no fue tan difícil. Fue una “panza” y Carlos Salinas y Mario Pinto lo resolvieron en apenas dos días. Y ahora se dedicaron a uno mucho más grotesco y exigente, al que también tratarán de decir que fue un “caso resuelto”.