Tras haber intentado llegar a Ítaca por la vía de la proclamación pública, la oposición venezolana estrena una «vieja» estrategia: las urnas. Han pasado cuatro años de boicot electoral y ahora deben convencer a sus simpatizantes, que son mayoría según las encuestas, de que votar merece la pena, mientras tratan de superar sus sempiternas fracturas.
La tarea es compleja. Cuando llegue el próximo domingo y los venezolanos deban decidir si depositan su papeleta digital para elegir a gobernadores y alcaldes, tendrán que superar años de insistencia opositora acerca de la falta de condiciones suficientes para considerar las elecciones como libres y con garantías.
Serán muchos los que, después de escuchar el mismo discurso de sus líderes, opten por la abstención, la misma decisión que han tomado desde 2017. La alternativa, la que deslizó en innumerables ocasiones el exdiputado Juan Guaidó y que permeó en parte de los detractores del régimen de Nicolás Maduro, era una hipotética intervención internacional que derrocaría al Ejecutivo.
Esa intervención nunca llegó -y nunca tuvo posibilidad-, pero su impulsor no respondió ante una ciudadanía que quedó ciega, sin un liderazgo que les indicara una dirección alternativa. Con una opción cegada y la otra inviable, quedaron inmersos en un dilema sin salida.
«El voto es el arma de lucha»
En estas elecciones ha dado el salto a una candidatura de entidad el exconcejal David Uzcátegui, tras una pugna entre opositores. Aspira a ser gobernador del céntrico estado Miranda, que alberga parte del área metropolitana de Caracas, y está convencido de que «el voto es el arma de lucha» ciudadana.
«Eso se acabó, la población no está en esa onda (…) Ni el 70 % que rechaza al Gobierno, ni el 10 % cree en esa historia», dice acerca de los planteamientos de Guaidó el candidato impulsado por el partido Fuerza Vecinal.
Para seducir a los votantes, ve necesario un cambio de actitud porque «la oposición tradicional ha cometido un gran error: creer que, porque Maduro es impopular, la oposición es popular».
«Eso no es verdad; para ganarte un voto hace falta tener presencia en la comunidad, ayudar a la comunidad, estar en las buenas y malas. La oposición tradicional un día dice que no a votar, otro que sí, otro que no y esa incoherencia le está pasando factura», considera.
Uzcátegui no era el único candidato opositor en Miranda, un estado tradicionalmente detractor de Maduro, sino que competía por el voto con Carlos Ocariz, respaldado por el dos veces candidato presidencial Henrique Capriles.
La competición desató escenas kafkianas con los simpatizantes de uno y otro peleando por el mismo voto a las puertas del metro o tratando de subir el volumen a sus altavoces para silenciar el mensaje de su rival, mientras este repartía panfletos.
En medio, los miembros del oficialista Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), cuyo candidato -Héctor Rodríguez- está considerado como el delfín de Maduro, sonreían sorprendidos.
El «yugo del ego» opositor
Su rival declinó finalmente acudir a las elecciones y competir por «el segundo lugar». Lo hizo apenas diez días antes de los comicios y, tras hacerlo, pidió que en el resto del país los candidatos se liberen del «yugo del ego» para lograr la unidad.
«Nos enfrentamos a toda la maquinaria de un régimen abusivo y, para enfrentarlos, la unidad es indispensable», subrayó Ocariz antes de decir que iba a «ponerle fin a la lamentable situación» de los días previos en los que sus simpatizantes peleaban con los de Uzcátegui por el mismo voto en las calles.
El yugo del ego, que en ocasiones parece el rasgo más definido entre los opositores venezolanos, no es desconocido entre una ciudadanía tan harta de oficialistas como de sus detractores.
Las fracturas, la miríada de grupos antichavistas que surgen presentándose como el último bastión de la defensa de la democracia, mientras pelean con el cuchillo entre los dientes por defender su puesto sujetando una pancarta -ajenos por completo a las extensas necesidades de los venezolanos-, han hastiado a muchos ciudadanos a los que ahora piden el voto.
Esas fracturas derivadas en desconexión con la sociedad también contribuyen a restar votos, pero no es el único elemento en la ecuación.
La migración venezolana se ha llevado del país a seis millones de personas, según las cuentas de la ONU. La mayoría de ellos son detractores del régimen y muchos son mayores de edad, por lo que son millones de antichavistas los que no votarán.
Sumados a quienes ya no creen en el voto y quienes rechazan a la oposición que, con tanta habilidad, ha sabido alejarse de la sociedad, el panorama queda fijado casi en un empate.
Parece que, además de los múltiples obstáculos, buena parte de la oposición quiere que el camino sea largo antes de llegar a su Ítaca personal.
EFE
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