Con Nicolás Maduro a la cabeza, el chavismo ha monopolizado durante tres semanas la agenda del país en busca de los 10 millones de firmas contra el decreto de Obama, quien sancionó a siete funcionarios por violación de derechos humanos durante las protestas de 2014 y calificó a Venezuela como «una amenaza a la seguridad nacional». Un inmenso despliegue propagandístico que combina los cánticos grabados de Chávez, el ‘Imagine’ de John Lennon, las maniobras militares por todo el país y los requiebros a ‘Barack Husein Obama’, publica El Mundo de España.
El primer mandatario pretende entregarlas durante la Cumbre de las Américas, que se realizará el 10 y 11 de abril en Panamá. Diez millones, una cifra mágica para los revolucionarios. En 1970, Fidel Castro lideró una campaña nacional para la recogida de 10 millones de toneladas de azúcar en la zafra anual, que se cerró con un rotundo fracaso económico. El propio Hugo Chávez recogió el guante castrista, al pedir a su pueblo en las elecciones de 2006 «diez millones de votos por el buche». Al Comandante Supremo le faltaron 2.700.000, pero aplastó a su rival en las urnas.
Pollo y leche a cambio de una firma, ¿Así o más denigrante?
Maduro, en cambio, no quiere quedarse a mitad de camino. Todo vale para acercarse al récord marcado por su aparato de propaganda: desde la arenga nacionalista a los principios antiimperialistas, desde las coacciones hasta el reparto de pollos y leche, tan difíciles de conseguir en un país abrumado por una galopante crisis de escasez de alimentos y desabastecimiento de productos básicos.
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Visitas a domicilio
El despliegue es por todo el país e incluye visitas a domicilio y operativos para distribuir alimentos. En la plaza Bolívar de Mérida, capital del estado andino del mismo nombre, seis mujeres están bajo un pequeño toldo, cada una frente a un ordenador portátil, esperando que la gente se acerque. En uno de los cuatro tubos que sostiene el toldo, hay un cartel que exige: «Obama, ¡deroga el decreto ya! We are not a threat».
La música del cantautor Alí Primera, el Víctor Jara de la revolución bolivariana, grita repetidas veces «Yankee go home». Pero no es suficiente: mejor ofrecer dos kilos de leche en polvo -que no se consiguen en casi ningún supermercado- como recompensa. «Yo firmé porque necesito la leche. Espero que mi nombre no aparezca en ningún lado. Sé que todo es un show del Gobierno, pero necesito la leche», admite un profesor de la Universidad de los Andes, que por razones evidentes en la Venezuela bolivariana prefiere reservar su nombre.
Esas razones evidentes se llaman la Lista Tascón. Nadie olvida en el país cómo los firmantes a favor del revocatorio contra Hugo Chávez en 2003 y 2004 quedaron estigmatizados: ni empleos públicos ni becas ni beneficios del estado. «Esto va a ser más grave que la Lista Tascón. En organismos públicos obligan a firmar», vaticina Rocío San Miguel, presidenta de la ONG Control Ciudadano. La organización de derechos humanos Provea está recogiendo las denuncias por despidos o amenazas contra empleados públicos que se niegan a firmar.
‘Yo firmé porque necesito la leche. Espero que mi nombre no aparezca en ningún lado’, dice un profesor de la Universidad de los Andes
Y no sólo los funcionarios o los policías han sido conminados a firmar: hasta los presos de cinco cárceles fueron trasladados al Ministerio de Asuntos Penitenciarios para plasmar su firma. «Nosotros, los privados de libertad, levantamos la voz, con el permiso de la primera combatiente y de la madre del alma de los penales, Iris Varela (la ministra) y anunciamos el rechazo contundente al decreto de Obama», se hizo público en un comunicado oficial.
Esta práctica no sólo está sucediendo en las cárceles. Al frente de los ministerios e instituciones del Estado, el Gobierno instaló toldos, con equipos sonido y personal que entrega propaganda contra Estados Unidos y recoge las firmas de quienes van a la jornada laboral o pasan por las calles. La presión continúa, más o menos sibilina, en el interior de los organismos públicos.
En Petare, el barrio más populoso de Caracas, se ha formado otra cola: si firmas, te llevas un pollo. «Me salí de esa vaina. Mejor que terminen de invadirnos de una vez», protestó una mujer tras negarse a firmar.
Lo más irónico es que las firmas antiimperialistas tienen como recompensa dos kilos de leche en polvo chilena o un pollo brasilero. Ambos alimentos casi no se producen en Venezuela, por lo que el estado debe importarlos. Una muy pintoresca soberanía alimentaria, tantas veces preconizada por el aparato del estado.
Por: @danilozanomadri / ElMundo.es